Se utiliza para responder a quien ha dejado vacante una plaza y pretende recuperarla después de su ausencia.
La expresión ha sufrido una leve variación, “Quien se fue de Sevilla, perdió su silla”. Se atribuye este dicho a una anécdota protagonizada por Alonso de Fonseca y su sobrino. A Alonso de Fonseca se le llama en unos lugares arzobispo de Sevilla y en otros de Toledo; en otros es confundido con su propio sobrino y se le nombra cardenal. Como fuere, parece que el tal don Alonso, con sede en Sevilla, tenía un sobrino poltrón y descarado. Don Alonso consiguió para su protegido el obispado de Compostela, y le dijo que se encaminara hacia Galicia para tomar posesión de tal honor. El muchacho intentó hacerse con el dominio del obispado, pero era muy joven y las continuas disputas eclesiásticas le hicieron volver junto a su tío. Don Alonso decidió tomar cartas en el asunto: le cedió su propio arzobispado en Sevilla y se fue a Santiago a poner orden en aquella diócesis. Resuelto el problema, fundó el Colegio de Fonseca en Santiago y otro, con el mismo nombre, en Salamanca. Pero cuando quiso volver a su escaño en Sevilla, el sobrino no quiso cederle el puesto, diciendo: “Quien se fue de Sevilla, perdió su silla”. Con todo, parece que, finalmente, don Alonso consiguió que su sobrino abandonara la ciudad hispalense y volviera a Santiago.
No hay comentarios:
Publicar un comentario