Algunos intelectuales y muchos ciudadanos de a pie miran con tristeza la situación lingüística actual de la isla, que les parece de amplio deterioro del español, motivado por la agresiva presencia del inglés. No están en lo cierto.20
Los estudios hechos sobre el español de Puerto Rico hablan de una variedad que comparte rasgos lingüísticos con otras antillanas y del Caribe continental y que, por supuesto, presenta sus propias características. Quizá lo que más llame la atención del visitante hispano es el uso abundante y cotidiano de palabras «antiguas» (bregar, cabildear, credenza, realengo, etc.). No es que este tipo de palabras sea privativo de esta zona dialectal, puesto que parecida afirmación, con matizaciones de importancia, podría hacerse de casi todas las variedades hispanoamericanas. Es cuestión de nómina. Puerto Rico utiliza sus propios términos (que en algunas zonas peninsulares son anticuadas): chavo: ‘moneda de un centavo de dólar’, embeleco: ‘fantasía’, atrecho: ‘atajo’, vellón: ‘moneda de cinco centavos de dólar’, famoso: ‘magnífico, estupendo’, puño: ‘puñetazo’ y muchísimos más que conviven con ellos.
También en el terreno del vocabulario resultan curiosas ciertas formaciones propias, criollas, de origen patrimonial casi todas ellas, y lo que pudiera ser más peligroso para la comunicación, sobre todo la pública, la tabuización experimentada por ciertos términos de uso común en otros lugares: bicho, con el sentido de ‘pene’, por ejemplo, tan arraigado en esa comunidad de habla que el cultismo insecto ha venido a ocupar todos sus contextos comunicativos, hasta los más espontáneos.
Si se revisa el otro nivel de lengua que suele llamar más la atención del visitante, el de la pronunciación, dos son los fenómenos más sobresalientes: el cambio de rpor l (veldepor verde, izquielda por izquierda, comel por comer) y la pronunciación posterior, justo en la zona del velo, de la consonante rr. El primero de ellos no es privativo de Puerto Rico, aunque aquí su frecuencia global (algo más de un 30%) sea de proporciones considerables, no igualadas en las zonas vecinas. La realización de rr es, sin embargo, un fenómeno casi típico de la isla, porque, aunque se da en otros lugares, siempre ocurre con frecuencias mínimas y en casos esporádicos. El origen de este curioso fenómeno ha llamado muchísimo la atención de los estudiosos que, en principio, lo fueron a buscar a la lengua indígena hablada en Borinquen a la llegada de los españoles, o a las lenguas africanas transportadas a América con los esclavos. Ambas búsquedas han resultado infructuosas. No sabemos lo suficiente del taíno como para poder explicar, a partir de él, este sonido velarizado, pero las circunstancias históricas que permitieron la corta supervivencia de esta lengua indígena no parecen hablar a favor de este tipo de influjo. La posible transferencia africana se enfrenta a problemas de cotejo con zonas negras de la isla, que no muestran hoy índices de uso de las formas velarizadas de rr que refuercen este origen. Puede que más éxito llegue a tener la hipótesis del origen francés o corso, pero habrá que buscar vías de penetración más aceptables que las que hasta la fecha han sido propuestas.
Los análisis sociolingüísticos que se han hecho sobre estos dos fenómenos de pronunciación nos dejan ver que se trata, en ambos casos, de ejemplos de fuerte estigmatización. Tanto uno como otro se encuentran en hablantes que pertenecen a todos los niveles del espectro social, aunque las diferencias de frecuencia son muy gruesas: a medida que se baja hacia los estratos inferiores, éstas aumentan considerablemente. Sin embargo, este factor queda completamente neutralizado al estudiar las actitudes, que son igualmente negativas, no importa el nivel social al que se pertenezca. A pesar de que ya conocemos el tipo de actitudes que acompaña a estos fenómenos y que las creencias que las motivan son bastantes, todavía queda por determinar el papel que la escuela ha representado —y sigue representando— en su nacimiento y desarrollo. No es demasiado aventurado conjeturar que ha sido protagónico, y que ciertos argumentos aviesos, esgrimidos por quienes en su momento defendían la implantación del inglés, hayan tenido también su participación importante. Si, cuando se decía con insistencia que lo que se hablaba en Puerto Rico era un español desacreditado, ininteligible para el resto del Mundo Hispánico y que nada se perdía, por lo tanto, eliminándolo,21 se pensaba en ejemplos como éstos, no puede llamarnos a sorpresa que la escuela desarrollara una serie de mecanismos de defensa, que tenían por objeto rechazar aquellos fenómenos que no pertenecieran al español general.22 El hecho de que solo el 14% de los hablantes jóvenes de la capital presenten casos de esta pronunciación de rr no puede ser considerado como algo aislado e independiente de esta corriente general, que durante muchos años ha orquestado la escuela.
Los análisis sociolingüísticos también nos dejan ver que ambos fenómenos fonéticos tienen, sin embargo, orígenes muy diversos. Mientras que la sustitución de l por r es de carácter urbano (la patrocinan más los hablantes de San Juan que los de zonas rurales), la velarización de rr tiene su cuna fuera de la capital. Hoy, cuando este fenómeno parece batirse en retirada de la ciudad, todavía las generaciones mayores exhiben una frecuencia que acredita que estuvo más extendido allí que lo que hoy muestran los índices estadísticos. Esto indica que, a pesar de su origen, la pronunciación velarizada de rr llegó a asentarse también en la zona metropolitana.
Al margen de estos rasgos lingüísticos, señalados aquí en breves pinceladas, es muy poco, y además, poco importante, lo que puede señalarse como típico o caracterizador del español hablado en Puerto Rico. Su identidad con las variedades dialectales de la zona antillana, y aun caribeña, está muy acentuada. Quizá lo más llamativo sea la presencia del inglés. No se trata, por supuesto, de que el resto de la región esté exento de tales influjos (incluyendo a la Cuba actual), pero en la Isla del Encanto esa influencia es más perceptible.
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