sábado, 14 de noviembre de 2015

Historia de una escalera (Fragmento) - Antonio Buero Vallejo

DOÑA ASUNCIÓN.-¿Te he dicho que padre de Elvira nos ha pagado el recibo de la luz?
FERNANDO.-(Volviéndose hacia su madre.) ¡Sí! ¡Ya me lo has dicho! (Yendo hacia ella.) ¡Déjame en paz!
DOÑA ASUNCIÓN.- ¡Hijo!
FERNANDO.-¡Qué inoportunidad! ¡Pareces disfrutar recordándome nuestra pobreza!
DOÑA ASUNCIÓN.- ¡Pero, hijo!
FERNANDO.-(Empujándola y cerrando de golpe.) ¡Anda, anda para adentro!

Con un suspiro de disgusto, vuelve a recostarse en el pasamanos. Pausa. URBANO llega al primer rellano. Viste traje azul mahón. Es un muchacho fuerte y moreno, de fisonomía ruda, pero expresiva: un proletario. FERNANDO lo mira avanzar en silencio. URBANO comienza a subir la escalera y se detiene al verle. 
URBANO.-¡Hola! ¿Qué haces ahí?
FERNANDO.-Hola, Urbano. Nada.
URBANO.-Tienes cara de enfado.
FERNANDO.-No es nada.
URBANO.-Baja al «casinillo». (Señalando el hueco de la ventana.) Te invito a un cigarro. (Pausa.) ¡Baja, hombre! (FERNANDO empieza a bajar sin prisa.) Algo te pasa. (Sacando la petaca.) ¿No se puede saber?
FERNANDO.-(Que ha llegado.) Nada, lo de siempre... (Se recuestan en la pared del «casinillo». Mientras hacen los pitillos.) ¡Que estoy harto de todo esto!
URBANO.-(Riendo.) Eso es ya muy viejo. Creí que te ocurría algo.
FERNANDO.-Puedes reírte. Pero te aseguro que no sé cómo aguanto. (Breve pausa.) En fin, ¡para qué hablar! ¿Qué hay por tu fábrica?
URBANO.-¡Muchas cosas! Desde la última huelga de metalúrgicos la gente se sindica a toda prisa. A ver cuándo nos imitáis los dependientes.
FERNANDO.-No me interesan esas cosas.
URBANO.-Porque eres tonto. No sé de qué te sirve tanta lectura.
FERNANDO.-¿Me quieres decir lo que sacáis en limpio de esos líos?
URBANO.-Fernando, eres un desgraciado. Y lo peor es que no lo sabes. Los pobres diablos como nosotros nunca lograremos mejorar de vida sin la ayuda mutua. Y eso es el sindicato. ¡Solidaridad! Ésa es nuestra palabra. Y sería la tuya si te dieses cuenta de que no eres más que un triste hortera. ¡Pero como te crees un marqués!
FERNANDO.-No me creo nada. Sólo quiero subir. ¿Comprendes? ¡Subir! Y dejar toda esta sordidez en que vivimos.
URBANO.-Y a los demás que los parta un rayo.
FERNANDO.-¿Qué tengo yo que ver con los demás? Nadie hace nada por nadie. Y vosotros os metéis en el sindicato porque no tenéis arranque para subir solos. Pero ése no es camino para mí. Yo sé que puedo subir y subiré solo.
URBANO.-¿Se puede uno reír?
FERNANDO.-Haz lo que te de la gana.
URBANO.-(Sonriendo.) Escucha, papanatas. Para subir solo, como dices, tendrías que trabajar todos los días diez horas en la papelería; no podrías faltar nunca, como has hecho hoy...
FERNANDO.-¿Cómo lo sabes?
URBANO.-¡Porque lo dice tu cara, simple! Y déjame continuar. No podrías tumbarte a hacer versitos ni a pensar en las musarañas; buscarías trabajos particulares para redondear el presupuesto y te acostarías a las tres de la mañana contento de ahorrar sueño y dinero. Porque tendrías que ahorrar, ahorrar como una urraca; quitándolo de la comida, del vestido, del tabaco... Y cuando llevases un montón de años haciendo eso, y ensayando negocios y buscando caminos, acabarías por verte solicitando cualquier miserable empleo para no morirte de hambre... No tienes tú madera para esa vida.
FERNANDO.-Ya lo veremos. Desde mañana mismo...
URBANO.-(Riendo.) Siempre es desde mañana. ¿Por qué no lo has hecho desde ayer, o desde hace un mes? (Breve pausa.) Porque no puedes. Porque eres un soñador. ¡Y un gandul! (FERNANDO le mira lívido, conteniéndose, y hace un movimiento para marcharse.) ¡Espera, hombre! No te enfades. Todo esto te lo digo como un amigo.
Pausa.

FERNANDO.-(Más calmado y levemente despreciativo.) ¿Sabes lo que te digo? Que el tiempo lo dirá todo. Y que te emplazo. (URBANO le mira.) Sí, te emplazo para dentro de... diez años, por ejemplo. Veremos, para entonces, quién ha llegado más lejos; si tú con tu sindicato o yo con mis proyectos.
URBANO.-Ya sé que yo no llegaré muy lejos; y tampoco tú llegarás. Si yo llego, llegaremos todos. Pero lo más fácil es que dentro de diez años sigamos subiendo esta escalera y fumando en este «casinillo».
FERNANDO.-Yo, no. (Pausa.) Aunque quizá no sean muchos diez años...
Pausa.

URBANO.-(Riendo.) ¡Vamos! Parece que no estás muy seguro.
FERNANDO.-No es eso, Urbano. ¡Es que le tengo miedo al tiempo! Es lo que más me hace sufrir. Ver cómo pasan los días, y los años..., sin que nada cambie. Ayer mismo éramos tú y yo dos críos que veníamos a fumar aquí, a escondidas, los primeros pitillos... ¡Y hace ya diez años! Hemos crecido sin darnos cuenta, subiendo y bajando la escalera, rodeados siempre de los padres, que no nos entienden; de vecinos que murmuran de nosotros y de quienes murmuramos... Buscando mil recursos y soportando humillaciones para poder pagar la casa, la luz... y las patatas. (Pausa.) Y mañana, o dentro de diez años que pueden pasar como un día, como han pasado estos últimos..., ¡sería terrible seguir así! Subiendo y bajando la escalera, una escalera que no conduce a ningún sitio; haciendo trampas en el contador, aborreciendo el trabajo..., perdiendo día tras día... (Pausa.) Por eso es preciso cortar por lo sano.
URBANO.-¿Y qué vas a hacer?
FERNANDO.-No lo sé. Pero ya haré algo.
URBANO.-¿Y quieres hacerlo solo?
FERNANDO.-Solo.
URBANO.-¿Completamente?

Pausa.

FERNANDO.-Claro.
URBANO.-Pues te voy a dar un consejo. Aunque no lo creas, siempre necesitamos de los demás. No podrás luchar solo sin cansarte.
FERNANDO.-¿Me vas a volver a hablar del sindicato?
URBANO.-No. Quiero decirte que, si verdaderamente vas a luchar, para evitar el desaliento necesitarás...

Se detiene.

FERNANDO.-¿Qué?
URBANO.-Una mujer.



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