Con esta expresión se pondera la valía de un individuo pero la alusión a su peso es algo relativo, pues un gordo no se ve aventajado en la apreciación que entraña la frase, al menos en su uso popular. El dicho procede de ciertas leyes antiguas que se practicaban en los pueblos bárbaros del norte de Europa. Una de ellas castigaba al asesino de una persona a pagar a sus deudos o herederos tanto oro o plata como pesaba el cadáver del difunto. Aquella práctica luego se extendió por otras regiones con algunas alteraciones. Así, fue común que alguien ofreciera el peso de un enfermo, en oro, plata o trigo, a un santo para que éste lo salvara. Hoy sólo se usa como metáfora.
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