La histórica tradición de cultivar la tierra por parte del hombre ha provocado portentosos beneficios pero no pocas dificultades. Si bien los seres humanos, apelando a su constante evolución tecnológica, han resuelto innumerables problemas, las cosechas y el proceso general de la explotación del reino vegetal entrañó ciertos dilemas, como, por ejemplo, aquello de separar la paja del trigo. Cuando los seres humanos se afianzaron como agricultores, no tardaron en fabricar herramientas e ingeniárselas para hacer sus faenas más eficaces. De tal forma, después de cosechar el trigo y dejar que se seque, se lo sometía a un proceso de zarandeo mediante el cual los granos seguían en el soporte utilizado y las pajas, más livianas y volátiles, eran arrastradas por las corrientes de aire. Terminado el trabajo, los granos quedaban en su lugar desprovistos de la innecesaria paja, para ser molidos en procura de la harina. Desde entonces, para hacer las cosas bien y no confundir o mezclar elementos de distinta naturaleza, se apeló a esta antiquísima frase.
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