Se apela a esta frase cuando queremos decirle a alguien, sin ser groseros, que no estamos dispuestos a tomar muy en serio algo que escuchamos, porque no le otorgamos valor al comentario. El oído sordo no indica no haber escuchado las palabras en cuestión, generalmente agresivas y absurdas para el destinatario, sino a dejarlas pasar, provocando que su efecto sea nulo. Con dicha actitud, además, se ridiculiza al emisor.
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