Empleamos este modismo cuando, hablando especialmente de alguien, queremos decir que está en un estado deplorable, cansado y cuando lo decimos sobre algo, que está roto o deteriorado.
El origen de tal uso, lejos hacer referencia al astuto animal de orejas puntiagudas, se refiere a una especie de plumero, precursor de los actuales, que en palabras de la RAE es descrito como: "Tiras de orillo o piel, colas de cordero, etc., que, unidas y puestas en un mango, sirven para sacudir el polvo de muebles y paredes."
La apariencia desastrosa de dicho artefacto tras un tiempo de uso dio como resultado esta expresión.
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