jueves, 15 de octubre de 2015

Carta de amor - Jesús Gutiérrez

Me acabo de levantar, mi vida. Sí, ya sé que no es la hora todavía. Estoy aquí, en la butaca de al lado de la cama, mirándote, sintiendo tu lenta respiración, viendo como tu cuerpo desnudo se dibuja en las sábanas aún calientes de nuestro amor. Podría despertarte y me recibirías con un beso, con cien, con mil, pero no quiero. Apenas quiero contemplarte, abstraerme en ti, ver el reflejo del tibio sol de la mañana entrar dulcemente por la ventana mientras tus brazos van ya ocupando el espacio que era mío hace tan sólo unos minutos. Duerme, mi niña, duerme.

Hace tan sólo unos meses, nada de esto podría haber sido realidad. Después de años perdido, sin rumbo, habiendo aceptado mi sino, apareces como un huracán y devuelves a mi vida todo el sentido que nunca antes llegó a tener. Cada centímetro de mí lleva tu nombre, la marca de tu dulzura, de la ilusión perdida e reencontrada en la suavidad de tu piel, en la ternura de tu mirada, en la serenidad de tu esencia. Te miro y en ti me reflejo como en un lago de aguas cristalinas. En ti recupero mi ser, lo mejor que he sido, lo mejor que nunca seré. No dejo de mirarte ni un instante y me sonrío. Veo las curvas que las tuyas dejan en lo que queda de nuestra noche de pasión, de besos y devoción, de promesas y ternura. Tu cabello cubre parte de tu rostro como una leve caricia y yo respiro profundamente adueñándome de tu aroma, de tu fragancia, de tu alma, que aún están en mi piel.

Recuerdo nuestro primer encuentro como si fuera hoy. Recuerdo que me soñaste cuando aún ni tan siquiera sabías si existía. Recuerdo que te bañaste en el verdor de mis ojos mucho antes de tenerlos frente a ti. Recuerdo que en cuanto nos vimos, supiste que era yo quien habías soñado. Recuerdo el inmenso deseo de besar tus labios antes incluso de saber tu nombre. Recuerdo tu mirada clavada en la mía como si de siempre nos conociéramos, y casi sin permiso, besé tu boca de miel como si ya me perteneciera, como si siempre hubiera sido mía, y es que, ambos sabíamos que lo era.
 
Te besé una y otra vez, sintiendo la calidez de tu lengua recorrer dulcemente el calor de la mía, deleitándome en  tu delicadeza. Sentí el dulce sabor de tu saliva entremezclándose con la mía, la agitación de mi corazón al sentir tu cuerpo acercarse más y más, la excitación completa con que me poseíste sin proponértelo. Mis manos buscaban tu rostro, tu cuello, tu pelo, tu espalda, tus caderas…Quería haber detenido el tiempo eternamente. Nos miraban, seguro que nos miraban, pero, ¿a quién le importaba si no a nosotros? Ya te amaba, quizás te había amado siempre, antes incluso de verte. No podía parar de tocarte, con todo el amor acumulado de años de desamor que para ti había guardado. Por primera vez en mi vida, sentí que había merecido la pena. Estabas conmigo, eras mía, siempre lo habías sido. “Te amo, te amo, te amo”, me repetía en el silencio de los besos.

Antes de ti no hubo nada, después de ti todo: nosotros dos. Mi felicidad no tiene límite, ya tiene puerto. Duerme, mi ángel, duerme. Sueña bonito, sueña lindo. En breve he de salir. Me voy pero te llevo conmigo; te quedas pero estoy a tu lado. Te amo, te adoro, te siento, te anticipo, te leo….Ya voy, mi amor, es tarde.

Con todo el amor acumulado en lustros de desengaños,

Siempre tuyo,

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