Giró la llave con el mayor de los sigilos y entró como un
ladrón en su propia casa. Se dirigió al baño en la oscuridad donde poder
desprenderse de los restos de su traición. Si al menos hubiera podido lavarse
como Dios manda… De puntillas, se adentró en la alcoba donde su esposa parecía
dormir plácidamente. Casi conteniendo la respiración, se quitó la ropa, se puso
el pijama y se metió en la cama que durante tantos años había sido su nido de
amor. Se cubrió. Intentó por todos los medios no hacer ningún movimiento que
pudiera despertarla y delatarle y se giró en torno a la mesilla de noche.
Misión cumplida. Por esta vez pasaría.
Mientras tanto una lágrima silenciosa recorría el rostro de
su esposa sin que él lo llegara a saber nunca.
Él no tardó en dormirse profundamente. Ella veló la noche aguantando
el llanto.
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