La tan traída y llevada normalización lingüística, que cada uno entiende un poco según sus conveniencias y aspiraciones, creo que tiene como principal objetivo la superación del conflicto entre las dos lenguas, conflicto que, por cierto, se plantea, aunque sólo aparentemente, ya en la propia denominación de la lengua del Estado, lengua que nuestra Constitución rehúsa llamar, como es hoy más común, español, utilizando en su lugar la denominación más arcaica de castellano, con la intención, claro está, de evitar el conflicto que supone oponer español a gallego, catalán o vascuence, que también son lenguas españolas, sin haber tenido en cuenta que, como bien demostró G. Salvador (1987) y mucho antes A. Alonso (1943), la palabra español posee un valor muy distinto utilizada como denominación de la lengua general de España que como simple adjetivo indicador de una relación con nuestro país. Si así no fuera, ¿qué sentido tendría hablar del español argentino o delespañol de España, por ejemplo? Y, evidentemente, conviene observar que en el caso del gallego también existe un gallego exterior, esto es, un gallego que no es gallego, entendido este adjetivo en el sentido de ‘perteneciente o relativo a Galicia’. |
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En el caso concreto de mi comunidad autónoma hay que notar que, tradicionalmente, el aparente conflicto se ha venido solucionando en el mismo sentido de nuestra Constitución de 1978, esto es, utilizando como denominación preferida la de castellano, sobre todo en aquellos contextos en que aparece nombrado el gallego. Lo corriente todavía hoy es decir, por ejemplo, que en Galicia se habla castellano y gallego, o que el castellano es una lengua más extendida que el gallego. Entendidas, sin embargo, nuestras lenguas como sendas materias de estudio en los distintos niveles de la enseñanza, existe la tendencia a utilizar el término exclusivo de lengua frente al de gallego para las respectivas asignaturas, de modo que un profesor de lengua es el que da clase exclusivamente de español, al lado del profesor de gallego.
La denominación de español o lengua española se está extendiendo, sin embargo, cada día más, entre intelectuales y, sobre todo, en círculos de ideología nacionalista. Y ello, naturalmente, por razones muy distintas: en el primer caso porque, en una interpretación correcta de la palabra español(a),ésta se toma como indicadora de una lengua histórica que, habiendo tenido su origen en Castilla, se extendió no sólo por la Península Ibérica, sino por otras partes del mundo, como es el caso de Hispanoamérica, y tal denominación, por otro lado, sirve muy bien para caracterizar nuestro idioma frente a otras lenguas de gran extensión geográfica como el inglés, ruso, chino, alemán, etc. La preferencia, sin embargo, por parte de nacionalistas obedece, por el contrario, a la misma razón por la que, en general los no nacionalistas —tachados peyorativamente por aquéllos de españolistas— prefieren en general la denominación de castellano, es decir, porque español contrasta plenamente con gallego, palabras que, según los primeros, ponen más claramente de manifiesto la existencia de dos naciones diferentes.
Por supuesto, desde mi punto de vista, castellano y español, aunque con algunas connotaciones especiales, son absolutamente sinónimos y, como tales, los voy a utilizar aquí a lo largo de esta breve exposición. |
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